El país vivió la semana pasada otro punto de quiebre en las aspiraciones del presidente de la República, Rodrigo Chaves, de llevarnos a una situación de caos, con el alzamiento de un sector de la población contra los Poderes del Estado; exceptuando, claro está, el Poder Ejecutivo, que él encabeza.
Lo del mandatario sobrepasa, desde hace ya un buen rato, todo sentido democrático y todo límite. No es que, como todos los demás costarricenses, no tenga derecho a pensar lo que quiera. Por supuesto que lo tiene. Pero, sí se trata de que no puede hacer lo que quiera. Menos aún cuando se trata de impulsar un escenario de violencia, solo él sabe con qué fines.
Chaves llamó a los grupos que le siguen a salir a las calles y a emprenderla contra el fiscal general de la República, Carlo Díaz, así como contra los magistrados Patricia Solano y Paúl Rueda. Y para justificarse, adujo que estos dos últimos son quienes manejan al jefe del Ministerio Público, en función de quién sabe qué intereses oscuros.
Aquí el tema es que el mandatario es, más bien, quien deja la sensación de tener intereses oscuros, y que no está siendo transparente con los costarricenses. Y queda esa sensación, en primer lugar, porque se atribuye la honestidad como un elemento exclusivo suyo y de su equipo de trabajo.
En segundo lugar, porque no discute con argumentos, sino con descalificaciones. Lo hemos apuntado en el pasado, pero hace falta reiterarlo: cuestiona la honorabilidad de todo aquel que tenga alguna diferencia con él. En otras palabras, solo admite un bloque monolítico, lo cual está muy lejos de cualquier matiz democrático.
En tercer lugar, es claro que al presidente Chaves le interesa crear caos. Parece aplicar aquello de “en río revuelto, ganancia de pescadores”. Lo que no queda claro es qué pretende pescar y por qué cree que eso es más importante que la paz social de este país.
“Nadie puede ser inquietado ni perseguido por la manifestación de sus opiniones ni por acto alguno que no infrinja la ley”, dice el artículo 28 de la Constitución Política. Algo que el mandatario suele pasar inadvertido.
Ya hemos visto situaciones similares en otros países. Pese a que han pasado casi cuatro años, aún están frescos en la memoria los hechos que ocurrieron en el Capitolio de Estados Unidos, después de un discurso incendiario del entonces presidente, Donald Trump, incapaz de aceptar su derrota en las elecciones.
El señor Chaves ha sido recurrente en el esfuerzo por llamar a la gente a salir a las calles. Dice que lo de él es despertar la conciencia de los costarricenses más necesitados. Pero, no mide consecuencias. Está cocinando, y no precisamente a fuego lento, una ebullición social cuando ni él mismo puede anticipar a dónde nos llevará.
Crear caos es mucho más sencillo que controlar ese caos. Y no siempre se pueden cerrar las heridas derivadas de ello.
Es momento de que el presidente corrija. Su tarea al frente del Poder Ejecutivo no pasa por atacar a los otros Poderes de la República, con los que está llamado constitucionalmente a gobernar. Porque, si bien él piensa que, todo gira a su alrededor, la realidad es que no es así. En Costa Rica, el presidente es parte de un engranaje. No es el dueño del Estado.
Esa premisa no la comparte Rodrigo Chaves, y eso nos mete en un escenario muy peligroso. De hecho, noten ustedes, que ha dedicado mucho más tiempo a esa labor oscura, que a gobernar. Su administración ha hecho muy poco, e incluso cuando lo ha hecho, él se ocupa de meter tanto ruido en el ambiente que aquello pasa desapercibido.
Ojalá no sea demasiado tarde y que la situación no termine por salirse de control.